Pequeñas historias entre tenebrosas y negras (VII).
El mismo día que conocí a Sally, me enamoré perdidamente de ella. A la semana, ya éramos novios, y después de tres meses de idílica relación, nos casamos. Fue amor a primera vista, un auténtico flechazo. Era el hombre más feliz del mundo, sin embargo mi vida de enamoramiento absoluto, duró muy poco. A medida que iba pasando el tiempo, fui conociendo mejor a mi mujer, y cada vez era más consciente, de que me había equivocado, y gravemente además. Sally resultó ser una persona egoísta, celosa, inmadura, desconfiada, manipuladora, mentirosa, avara, envidiosa y controladora, podría seguir, pero con lo dicho, es más que suficiente para saber como era el ser humano con el que por desgracia me había casado. Ella quería manejar mi vida a su antojo, no me dejaba ni a sol ni a sombra. Siempre pendiente de mí, pero para amargarme la existencia. Me agobiaba, me vigilaba, no me dejaba ni respirar, y aunque de sobra sabía, que mi principal afición era la lectura, ni eso me dejaba hacer tranquilo.
Solía sentarme todas las tardes, en un antiguo banco de madera que tenía en el jardín, y cuando el buen tiempo me brindaba toda su generosidad, podía pasar horas y horas, sumergido en las profundidades de un buen libro, dando rienda suelta a mi imaginación, animada de forma entusiasta por lo que estaba leyendo y volando (aunque solo fuera con las alas de mi pensamiento), a los lugares más perdidos de la Tierra, y lo más lejos posible de Sally, lástima, que todo girase en torno a un mundo de fantasía, aunque con tal de olvidarme por un tiempo de mi particular tortura, la recompensa merecía la pena. Cuando estaba en lo más interesante de la lectura, venía Sally a importunarme, me hacía preguntas estúpidas, a veces tan ridículas que no había respuesta coherente para ellas, otras veces me hablaba de cosas absurdas o superficiales, que me aburrían, o en el peor de los casos, cuando repetía lo mismo una y otra vez, se me levantaba un insoportable dolor de cabeza, y en alguna ocasión, con su forma de actuar, llegó incluso a producirme unas ganas enormes de vomitar, hasta esos extremos llegaban los efectos nocivos de mi convivencia marital. Al final, el único objetivo, de mi querida esposa, era fastidiarme, y sacar lo peor de mí, y a fuerza de insistir, lo consiguió (¡vaya, si lo consiguió!), como se podrá comprobar en el transcurso de este relato. Aquello, de una u otra forma, tenía que acabar, y mi cerebro comenzó a dar vueltas, a ver qué es lo que se me ocurría, para terminar de una puñetera vez, con una relación dañina y agobiante, que no solo me estaba amargando la vida, también amenazaba con poner en riesgo mi salud mental, pues de continuar así, podría llegar incluso a enloquecer, tal era mi desesperación.
Se cumplió un año de la boda, y nuestra relación, ya se hizo de todo punto insoportable. Le pedí el divorcio, pero ella se negó en rotundo y amenazó con hacerme la vida imposible, así que no me quedó más remedio que solucionar el asunto de forma drástica, y por dos motivos principales, el primero, no admito que nadie me quiera chantajear, y el segundo, la sola idea de pasar un día más bajo el mismo techo que aquella mujer, me producía una terrible sensación de asco.
Ella me insistía, día sí, y día también, con que le hiciera un estanque en el jardín, a lo que yo me negaba tantas veces como me lo pedía, puesto que consideraba su deseo, como uno más de sus caprichos, de los muchos que tenía, además el jardín era pequeño para albergar semejante obra, y a ella no le era suficiente con tener un estanque tamaño charco, lo quería en formato piscina. Sin embargo, hubo un momento en el que caí en la cuenta de que atender la petición de Sally, encajaba a la perfección con mis planes. Me puse pues, manos a la obra sin demora.
Pico y pala, y en pocos días el pequeño estanque (eso sí, tamaño charco, en eso fui intransigente), estaba terminado en su primera fase, es decir, lo que corresponde a cavar, sacar la tierra y dejar el hueco preparado. La segunda, la iba a completar en breve (pero mi idea, era muy diferente a la que mi mujer tenía al respecto). Aquella tarde le dije a Sally, que podía bajar al jardín para ver cómo iba la obra, y eso hizo, cuando se acercó al lugar de la excavación, sede del futuro estanque, yo a su espalda, agarrando fuertemente la pala con mis manos, y con toda la rabia acumulada por aquel matrimonio enfermizo, le propiné un certero y contundente golpe en la cabeza, que hizo desplomarse a Sally dentro del hoyo, con una exactitud espectacular.
A pesar de no ser un experto jugador de golf, me sentí como tal, y tuve la placentera sensación de haber metido una pequeña bola en un reducido agujero desde cien metros de distancia (o más). Comprobé si respiraba, pero estaba completamente tiesa. Su corazón ya no latía, mi bateo había sido mortal de necesidad.
¡Adiós Sally querida, Bye, Bye…! ¡Por fin, mi pesadilla se había terminado! ¡R.I.P!
A partir de aquel día mi vida cambió por completo. La tranquilidad había vuelto a mi hogar. Ahora podía salir todas las tardes al jardín, y disfrutar de la lectura y del sosiego de una existencia en calma. El lugar en el que me sentaba a leer estaba justo en frente del lugar previsto para el estanque, el sitio en el que Sally habría de reposar eternamente. En definitiva, que ambos íbamos a saborear los placeres de un confortable descanso, yo en mi viejo banco de madera, y ella bajo tierra, así son los contrastes de la existencia humana.
Ahora cada tarde, antes de empezar a leer, saludo a Sally, ¡buenas tardes querida, que disfrutes de tu estanque! Y ella sin moverse, responde en silencio, y me deja tranquilo disfrutando con mi libro. Ahora sí, somos un matrimonio bien avenido, lástima que a Sally no lo hubiera entrando antes en la cabeza, la comprensión que merecía como esposo, ya que, si hubiese sido así, no me habría visto obligado a utilizar la pala para hacer que lo entendiera. La vida tiene estas cosas, y aunque dicen que la felicidad completa no existe, ahora, realmente me siento más feliz que nunca.
Relato incluido en la "Trilogía Micro".