Olores. ¿A quién no le ha pasado esto alguna vez?
Todos hemos pasado por la experiencia de ir al baño en casa de un algún amigo que un día nos ha invitado a tomar una copa y como hemos realizado una evacuación de alto impacto, tardamos en salir para que el aroma que hemos dejado no nos delate a pesar de que gastamos más de medio bote de ambientador. La excusa cuando nuestro amigo nos pregunta el motivo por el que hemos tardado tanto, es decirle que la puerta se había atascado. Una excusa eficaz, excepto si el hedor sigue siendo tan intenso que nos delata.
Cuando decides dar un paseo en bicicleta por el campo, nunca sabes lo que te puedes encontrar. En un momento dado, te detienes para descansar un poco y de repente sientes un olor extraño. Te das cuenta de que acabas de aparcar tu bicicleta justo al lado de una vaca que está haciendo sus desmesuradas necesidades. La peste es muy fuerte y tú muy delicado, tanto, que te mareas y decides seguir tu camino lo antes posible, pero el tufo te persigue y es entonces cuando miras hacia tus pies y te das cuenta con verdadero asco, de que no solo has pisado la hierba en tu parada de reposo.
¿Y quién no ha tenido una cena en familia en la que se han servido alimentos que no nos gustan demasiado? Pero siempre hay una cena que es un poco diferente. El plato estrella de tu tía, es una ensalada con una extraña mezcla de vegetales y otros condimentos que tienen un olor tan fuerte que hace que todos los comensales se quieran tapar la nariz, pero por respeto a tía Enriqueta, nadie lo hace. A medida que la cena avanza, la pestilencia se vuelve cada vez más intensa e insoportable y todos los invitados empiezan a sentirse bastante incómodos. Al final, la reunión familiar se convierte en una carrera por acabar lo antes posible y salir de allí cagando leches, excepto tú, ya que eres el sobrino favorito de tu tía y allí sigues hasta que a ella le entre el sueño y decida ir a acostarse.
Si alguna vez has tenido una cita a ciegas, puede que hayas quedado en un restaurante con alguien. Todo parece ir bien hasta que te das cuenta de que tu acompañante tiene un olor extraño, o como mínimo, sospechoso. No puedes identificar exactamente de qué se trata, pero comienza a resultar insoportable para un olfato especial, ya que quizá seas una persona en exceso sensible en lo que hace referencia al mundo de los aromas más o menos intensos y de origen desconocido. Tratas de mantener la compostura, pero el olor es tan fuerte que no puedes resistirte a taparte la nariz con la servilleta, aunque lo haces con mucho disimulo. La cita termina rápidamente gracias a que tienes la genial idea de hacer creer a quien te acompaña que has recibido un mensaje para que te presentes con urgencia en tu domicilio. Para salir del paso, dices eso tan utilizado en momentos de emergencia, ¡ya te llamo! Y cuando te vas alejando del restaurante y te ves a salvo de indeseados tufos, te das cuenta de que quizás las citas a ciegas no son para ti.
Un buen día que te levantas con una energía disparada, decides hacer una limpieza profunda en tu casa y descubres que hay algunas zonas que han sido ignoradas durante demasiado tiempo. En un rincón del armario encuentras unos calcetines, que has olvidado allí hace ya semanas o incluso meses y cuando los sacas, además de que están tieso como si en vez de un armario los hubieras sacado de la nevera, te das cuenta del olor tan hediondo que desprenden. Es tan fuerte que servirían para anestesiar a una mula. Desesperado por deshacerte del fétido olor, decides meter los calcetines en la lavadora, con una dosis extra de detergente y la misma proporción de un aromatizante, además de ponerla en el ciclo más largo posible Mientras tanto, te das cuenta de que quizá es mejor dejar la limpieza profunda para otro día porque tus perdidos calcetines te han dejado una ligera sensación de mareo.